8 feb 2014

MI ENCUENTRO CON UN MARCO


Vi el marco justo al doblar la esquina. Casi nuevo, sin apenas rasguños, robusto, fuerte, bien encolado. Parecía como estar pidiendo un nuevo lienzo  que enmarcar, cubrir, proteger...

Nadie lo miró. Yo sí lo hice. Ignoro el motivo, pero lo cierto es que me quedé justo delante de aquellas cuatro molduras pegadas entre sí por algún artesano anónimo que no debió cobrar más de 30 Euros.

Allí estábamos. El marco y yo. Yo con mis circunstancias y él con las suyas. Detrás de cada uno de nosotros hay mil historias. Detrás de un marco de madera también las deberá haber. ¿Qué imagen contuvo? ¿Por cuánto tiempo lo hizo? ¿Sería un lienzo clásico, con algún bodegón o paisaje natural? ¿Sería un lienzo con figuras humanas? Si así fuese, ¿fueron reales o salieron de la imaginación del pintor? Ah, claro, el pintor...¿Pintaría por gusto o por necesidad? ¿Eligió él aquel marco o lo hizo el comprador de su obra? ¿Qué relación tendrían ambos? ¿Eligió el comprador la madera del marco o se dejó aconsejar por un artesano?

Empezó a llover. La gente pasaba cada vez con más prisa. Decenas de transeúntes buscaban cobijo en alguna cafetería, soportal o balcón para resguardarse de la lluvia. Nadie reparó en el marco. Nadie tampoco en mi posición.

Solo, en medio de la acera, cada vez más empapado, seguía observando aquel rectángulo semidorado de cuatro centímetros de ancho. ¿Llovía cuando el pintor terminó el lienzo que tenía el marco? ¿Lo hizo a gusto? ¿Recibió un precio digno por su trabajo de artista o no cobró nada porque tal vez aquel lienzo fuese un regalo para su amante? Quien sabe...

Pasaron unos pocos minutos. Yo seguía en mi posición. La tentación de coger aquel marco cada vez era mayor. Tal vez podría quedar bien en mi casa, sin lienzo. Solamente el marco y la pared. Neutro. Sin historias que proteger. Aliviado, liberado.

De repente, el chirriar de ruedas sin engrasar rompió aquella conexión humanomaterial espontáneamente  creada. Un hombre viejo, malvestido y delgado, cogió aquel marco de madera. Después de observarlo unos segundos, lo depositó en un carro lleno de todo tipo de objetos usados y con aparente naturalidad me miró de arriba a abajo.


Una historia se cerró. Otra, tal vez transitoria, se abría bajo la plomiza lluvia...

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