El bate, «¡Eso, bate!», se
le resbalaba de las manos pringosas de aceite mientras todo el equipo,
alterados por la noticia, ordenaba frenéticamente la cocina sin dejar de pensar
en la que se les venía encima.
Los camareros limpiaban mesas y botelleros
empapados de sudor. Había nervios en el local. Faltaban ocho minutos para las
once. Poco antes, el jefe, con su sempiterna sonrisa, dijo casi sin querer al
pinche de prácticas que venía "un chico con escote o algo así".
—¡Chicote, Chi-co-te!— le
dijo el Chef, mientras comprobaba que, efectivamente, el horno no estaba para
bollos.