Todo estaba dibujado en la
pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón: el rostro de su
madre en verde, el de su padre de rojo, manos alzadas frente a cuerpos arrodillados, bocas desencajadas y ojos
aterrados, decenas de símbolos de exclamación y miles de interrogación,
ventanas cerradas y camas por hacer...
El juez le pidió la
libreta como prueba y su traductor de signos se lo indicó. El muchacho,
aterrado, la dejó encima de la mesa. El letrado la ojeó durante unos instantes.
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