Pintando aquellos extraños
bisontes no se percató del paso del tiempo. Agotado, decidió descansar. Cerró
los ojos durante un largo periodo hasta que unas voces rompieron el silencio de
aquella cueva.
-¡Mira papá, bueyes!- exclamó María.
Años después la ciencia lo
calificó como "la Capilla Sixtina" de la prehistoria. Pero nadie supo
ni sabrá que, en realidad, fue un maravilloso regalo para una caprichosa mujer,
tal vez la hija del chamán.
Los libros de historia nunca hablarán de su amor.
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